A CHACÓN LA PERDIÓ SU DISCURSO

Publicado el 5 de febrero de 2012


De Chacón enseguida supimos que tenía un marido y varios asesores peligrosos. Todo su entorno salió a colación detalladamente. Ella siempre fue ella y los hombres que la enseñan, dirigen y protegen. No se contempló la posibilidad de que fuera ella la que dirigiera a esos hombres, la que dirigiera su propia campaña, la que ejerciera su autoridad sobre ellos. La candidata era ella, pero ella, en el momento en que intentó ser número uno, pasó a ser considerada un peón en la ambición de su marido y en las tácticas de los asesores. Aun así, paradójicamente, ella no dejó de ser considerada ambiciosa, muy ambiciosa, lo que también es malo.


Así que ella es muy ambiciosa pero, al mismo tiempo,  es la ambición del marido la que dirige su carrera y son ciertas oscuras tácticas de indefinidos asesores las que marcan su rumbo. En realidad, no tenía escapatoria, condenada por ambiciosa y por ser el vehículo de la ambición de otros. Sólo las mujeres podemos ser una cosa y la contraria al mismo tiempo sin que eso parezca imposible,  y que ambas cosas, además, jueguen en contra nuestra.

De Rubalcaba sabemos que tiene una mujer muy discreta que no se mete en nada. Es obvio que ella no tiene poder sobre él, como mucho tendrá influencia, que es distinto e incluso bueno. Al parecer, Rubalcaba tampoco tiene asesores de marketing ni gente que le asesore o planifique su carrera; esa información es indiferente e incluso inexistente. Él no debe tener amigos o asesores o consejeros que sean hombres poderosos con intereses en empresas o financieras, no debe tener cerca a  miembros de importantes consejos de administración y si los tiene (que obviamente los tiene) ni lo sabemos ni importa. Su política, sus campañas, sus opiniones, son suyas y es a él a quién se le pedirán cuentas, como es normal.

Después vino el famoso discurso. El discurso tenía que ser, por parte de ambos, un discurso para un partido noqueado y que quiere levantarse para dar la batalla. Ahí Chacón no tenía muchas posibilidades. Si el discurso hubiera sido para un partido en un buen momento político puede que sí; tal como están las cosas era difícil. Apreciaciones ideológicas aparte, que no son el objetivo de este post, Rubalcaba hizo un discurso lleno de declaraciones enfáticas acerca de la fuerza,  el valor, la audacia. Prometió ser fuerte él mismo, ofreció un partido fuerte y elevó el tono de voz cuando dijo: “a mí no me van a quebrar”, y la gente aplaudió enfervorizada. ¿Quiénes no le van a quebrar? ¿Acaso no está el PSOE más que quebrado? Quebrado por una derrota de proporciones históricas, quebrados sus votantes, quebrada y a la deriva su ideología, quebrada ya la ciudadanía y quebradas por ahora las resistencias ideológicas a esta avalancha neoliberal –gracias en parte a las políticas del PSOE, …y sin embargo él apeló enfáticamente a una fortaleza  indefinida, y le sirvió.

No quedó muy clara la identidad del partido, ni quienes son ni a donde van, pero vayan a donde vayan, quieren ser fuertes. En este caso no importaba nada lo que se haya hecho, sino sólo qué se dijera y, sobre todo cómo se dijera. Se trataba de un discurso emocional. Triunfó la fuerza: fuerte él, fuerte el partido, volver a ser fuertes. Rubalcaba ofreció virilmente el regreso de la fuerza y del poder perdidos; los militantes quieren ser y sentirse fuertes; la impotencia y el despoder son femeninos y no gustan.

Y llegó ella. A Carmen Chacón la hundió su discurso, hoy lo dicen todos los medios. Ella dijo cosas parecidas a las de Rubalcaba aunque creo que con más contenido real. Chacón hizo un discurso parecido en tono, forma y contenido al que hizo Zapatero cuando consiguió la Secretaria General hace años. Pero obviamente no es lo mismo ser Zapatero que un “Zapatero con faldas”. Y no es lo mismo prepararse para la victoria que levantarse de una enorme derrota. Y no es lo mismo ser un hombre que ser una mujer.

De los primeros comentarios acerca de su discurso en las redes sociales todos, todos, mencionaban su tono demasiado gritón y su “sobreactuación”; ninguno dijo nada acerca de lo que estaba diciendo; daba igual. Ella también apeló a la fuerza y al poder, pero no es lo mismo cuando lo dice un hombre maduro que una mujer joven. Sus apelaciones al poder no podían tener, el mismo efecto. Ella, nosotras, no podemos encarnar de la misma manera que ellos la fuerza o el poder y cualquier apelación que hagamos a estos conceptos está condenada a ser considerada algo impostado, poco natural, una sobreactuación. Además, por si fuera poco, el tono propio de los mítines, la representación mitinera propiamente dicha, no está hecho para un tono de voz que no puede alcanzar con la misma naturalidad la categoría de vociferante. Si intentamos vociferar de la misma manera que ellos, a nosotras se nos puede quebrar la voz y eso, ¡ay!, es signo de debilidad. “A mí no me van a quebrar” es algo que si lo dice un señor con barba y voz masculina, se entiende; si lo dice una mujer joven con la voz ya quebrada, no hace el mismo efecto.

No es únicamente  el tono de voz; es todo el disfraz que hay que ponerse para ser primera figura en un mitin político. Ya podemos, parece, ser buenas políticas, ministras, diputadas; pero encarnar el poder en un momento de debilidad es complicado para quién viene con la debilidad inscrita culturalmente. El tono de firmeza y amenaza, la vehemencia y contundencia  que son necesarias en los mítines; que son, en realidad, lo más importante, mucho más que el contenido, eso es puramente masculino. Si lo hacemos nosotras, en según qué contextos,  estamos condenadas a dar impresión de sobreactuar. Si somos firmes, vehementes, fuertes, si hablamos muy alto, si advertimos al contrario o al adversario, si nos mostramos agresivas…estamos sobreactuadas.

Rubalcaba hubiera podido decir que se iba a comer crudos a los banqueros y los fans hubieran aplaudido, contagiados de ese fervor guerrero y vano; ella dijo que iba a poner firmes a los poderes económicos y la gente dijo en el twitter que tanta beligerancia e intensidad sobraban.  Cualquier mujer que haya estado en política lo sabe: si no modulamos muy cuidadosamente el tono nos ponen muy fácilmente en el límite de la histeria. Tenemos que parecer contundentes, seguras, firmes y fuertes sin parecer agresivas; algo francamente complicado. En cambio, ellos es casi imposible que sobreactúen porque el mundo de la política, el mundo público en general, el mundo de la política espectáculo y, especialmente en situaciones dramáticas como ésta en la que se encuentra el PSOE  en la actualidad, está hecho para que brillen las “virtudes” masculinas: fuerza, actividad, brío, contundencia, dureza, beligerancia, agresividad, audacia; incluso son bien valorados un tono mordaz, irónico o agrio. En nuestro caso es difícil sortear la impresión de sobreactuar porque esas “virtudes masculinas” siguen pareciendo ajenas e impostadas cuando las encarnamos. La feminidad inscrita en nosotras  es exactamente lo contrario de lo que parece requerirse: pasividad, inanidad, dulzura, suavidad, comprensión, prudencia…nada que sirva para ganar guerras. Podemos organizar ministerios, pero si se trata de conducir un ejército a la victoria, aun no se nos ve en el papel.

Cuando escuchaba a Chacón me di perfecta cuenta de la impresión que estaba causando en la mayoría de la gente. No me hacía falta leer los twitts. No puedo hacer recuento de las muchas veces que se me ha quebrado la voz en un acto político por no dar más de sí, la cantidad de veces que mis adversarios me han dicho que me he puesto histérica, que me han dicho que soy demasiado agresiva, que soy demasiado dura, que he escuchado decir que grito e incluso que soy demasiado ácida cuando utilizo la ironía. Así que sí. Pienso que, dada la igualdad que existía entre los dos candidatos, el discurso fue lo que decidió la derrota final de Chacón. En cuanto comenzó a hablar creo que lxs delegadxs asumieron que ella no podía ser tan buena generala como Rubalcaba; a él las virtudes necesarias para esta batalla se le suponen y, además, se le ven (tiene barba); y ella, en cambio, cuando tuvo que vestirse de generala dio la impresión de que el uniforme le venía grande. No es cierto, claro, pero el techo de cristal se cierra sobre nosotras en los momentos más inesperados.


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