FACEBOOK PARA NEURÓTICAS

Publicado en El Plural el 27 de octubre de 20


La lectura de este artículo en El País hace un par de días me hizo pensar mucho. Resulta que en el Facebook rigen normas de cortesía que yo ignoro completamente y ya existen también estudios sobre la relación del Facebook con ciertos comportamientos neuróticos. Neurosis y Facebook son dos palabras que necesariamente tenían que intrigarme así que estuve preguntándome por mi propia relación con las redes sociales ahora que va a hacer un año que tengo una cuenta y más de seis meses desde que tengo un blog. Abrí ambas cosas animada por mi analista y como terapia, y aun no se si me alegro o me arrepiento, unos días lo primero y otros lo segundo. Me resistí durante un tiempo a seguir su consejo porque era perfectamente consciente de todos los problemas que me podía generar esta herramienta, especialmente en lo que se refiere a mi manía de escribirlo todo, a mi timidez y a un rasgo dual de mi carácter: que soy insociable y exhibicionista a un tiempo. Claro que esto es lo mismo. 

Cualquiera que me conociera tenía que saber que el Facebook podía ser un peligro para alguien como yo. Mi analista dijo que teníamos que correr el riesgo. Corrí el riesgo y es verdad que el Facebook me ha cambiado (un poco) la vida. En el cómputo general yo diría que para bien, aunque tiene sus zonas oscuras. Es cierto, como ella dijo que pasaría, que en el Facebook  soy yo mucho más que en persona, porque aquí, frente a la pantalla, la timidez no existe, y yo soy terriblemente tímida. Y es verdad que la posibilidad de  poder expresarme sin timidez ha tenido cierto efecto en la vida real, la no virtual. En un año he cambiado y me manejo mejor en las relaciones cara a cara. La gente que me conoce dice que ahora parezco más simpática, pero no es mi carácter lo que ha cambiado; es que ahora soy algo menos tímida. 

En la parte buena está también lo que hace a mi trabajo. Me paso el día, literalmente, todos los días, delante del ordenador. El Facebook me permite enterarme de todo, de las noticias, de la opinión, de qué está ocurriendo, de lo que se piensa, de lo que se dice, de lo que se escribe, sin necesidad de tener que salir o de tener que buscar. Me permite, además, “hablar” y discutir de las cosas más variopintas con gente a la que sólo conozco de la red, y eso, que para algunos es un sucedáneo de relación, a mí me sirve; para mí es perfecto. Gracias al Facebook he mantenido discusiones que me han hecho pensar y  replantearme cosas. A veces, aunque parezca que no le doy mucha importancia a una discusión, que puede parecer absurda o que es muy breve, esa misma discusión me conduce a lugares insospechados y nuevos para mí. Las discusiones del Facebook, lo que la gente dice o escribe,  a mi me es muy útil. A veces creo que estoy enganchada y que no podría vivir sin el Facebook, que no podría volver a escribir escuchándome sólo a mí misma y sin esa algarabía permanente que sale de la pantalla.

 Lo bueno es, también,  que ahora me escribe mucha gente, tanto a mi blog como mensajes del mismo Facebook. Me escriben cosas interesantes, me consultan, me preguntan, me cuestionan, me insultan también, qué le vamos a hacer. Gracias al blog he podido entrar en conversación con gente que me ha leído y eso ha paliado un poco esa sensación de soledad que se tiene cuando se escriben libros fuera de cualquier institución cultural, educativa, política, fuera de cualquier círculo social.  Gracias al blog me he enterado que mi libro sobre Dolores Vázquez es lectura recomendada en varias facultades de periodismo de Latinoamérica. Gracias al blog he ido publicando poesía y ahora voy a publicar mi segundo libro. Y ya me han invitado a algún que otro recital no relacionado con la cosa lgtb ni feminista. Jamás pensé que eso llegara a pasar. Y me gusta.

En la parte mala está que el Facebook no me ayuda a mejorar mi autocontrol, sino quizá al contrario. En el Facebook las barreras existen aun menos que en la vida real, son mucho más permeables y por tanto mucho más peligrosas.  Muchas veces no ejerzo el suficiente control sobre lo que escribo. La parte mala es también que se acrecientan algunos rasgos neuróticos (los de quienes estamos llenos de ellos, claro) A veces me torturo con la duda de si escribo mucho o poco o de si pongo esto o aquello; muchas veces me he arrepentido de escribir algo y he llegado a no dormir; algunas veces creo que he quedado mal con alguien y no he sabido arreglarlo. Soy a veces tan tajante en el face como si tuviera a la persona delante, olvidando que hay que tener cuidado porque lo escrito, al carecer de los matices que proporciona el lenguaje no verbal, puede ser mucho más duro aun que lo que se expresa verbalmente. Y finalmente creo que sí, que la exposición permanente del Yo termina por tener consecuencias para los egos frágiles y ligeramente incontrolables. 

Por último, y no es lo menos importante, al leer el artículo aparecido en El País me enteré de que en el Facebook y en el Twitter soy una maleducada. Casi siempre se me olvida clicar “me gusta”, aunque me guste; no doy las gracias si me mencionan o me retwittean, se me olvida avisar cuando “comparto” una noticia.  Voy a mi aire, como si los demás no existieran. Ya sé, para eso no hacía falta que usara el Facebook, pero en fin, ese artículo me ha llevado a mí a escribir este otro en el que aprovecho para pedir perdón a todas las personas que se hayan sentido ofendidas o dolidas por mi comportamiento facebookero. Ahora tengo un protocolo de actuación que voy a tratar de seguir con aplicación. Al fin y al cabo no somos como queremos, sino como podemos.


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