LOS DELINCUENTES Y LOS OTROS

Publicado en El Plural el 19 de enero de 2011

Quizá, es posible, que llegue el día en que veamos a Berlusconi en un banquillo pero es posible que para entonces sea demasiado tarde para confiar en que los mecanismos democráticos normales son suficientes para evitar que un delincuente gobierne durante años un país democrático, en el que se suponía que estas cosas no pasaban. Ahora sabemos que pasan, y que pasarán cada vez en mayor medida. Un delincuente de cualquier tipo puede llegar al poder y desde ahí pasarse años cambiando las leyes, arrinconando los mecanismos de control, comprando jueces o fiscales o lo que sea, pervirtiendo la propia democracia y todas sus instituciones.

Es posible que al final pierda pero ¿Qué habrá perdido él y qué habremos perdido nosotros? El delincuente ha sido durante años Primer Ministro de uno de los países más ricos del mundo, ha estado años usando el poder para enriquecerse él y toda su familia, y todos sus amigos y todos los que se cobijan bajo su sombra. Sí, al final puede que lo pague (o no) pero ¿Cómo lo va a pagar? ¿Cómo será posible restituir la confianza en que las instituciones democráticas son suficientes? Es evidente que no han sido suficientes.

Porque, además, no se trata del caso de un delincuente que delinquiera de manera más o menos oculta, a quien hay primero que descubrir. De Berlusconi se sabe que es un delincuente hace años. Un dictador es terrible, pero un delincuente que sale elegido y reelegido y a quien nadie en el mundo tose hace tanto daño a la democracia como un dictador, si no más. Al menos a los dictadores se les afea internacionalmente la conducta y existe el anhelo de que se vayan (sólo si son de países pobres). Después de Berlusconi sabemos que es posible que cualquier delincuente: un mafioso, un proxeneta, un traficante de armas o de drogas…cualquiera que se nos ocurra, puede llegar a ser presidente de gobierno y que le voten.

Berlusconi es un síntoma de un radical cambio de valores sociales. El único valor que cuenta es la riqueza y a partir de ahí todo vale. Es un síntoma nuestro también. Un síntoma que no nos queda lejos: los trajes de Camps, los manejos de la Gürtel, el enriquecimiento ilícito de tantos y tantos cargos públicos, las loterías de Fabra, que ahí sigue tan contento. No sólo son elegidos repetidamente, es que están chulos y crecidos, tan chulos como Camps el otro día con los periodistas. En realidad, los que estamos arrinconados somos las personas que aun nos escandalizamos con esto. Por eso es imprescindible que Tomás Gómez aparte a Trinidad Rollán. Su caso no es comparable a los que menciono, no se ha lucrado, no es corrupción, pero lo cierto que ha prevaricado y que la ley no juzga las intenciones. Ha delinquido y es un cargo público. Necesitamos un respiro y si no nos lo dan desde nuestro lado, apaga y vámonos.



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