Publicado el 17 de febrero de 2021
En todo caso, la serie narra cómo el VIH cortó en seco aquella vida en las comunidades gays de aquella década. Para mí, que empezaba a militar entonces en el Movimiento LGTBI, recordar aquellos años y lo que sucedió, me resulta doloroso y tierno a la vez. La serie explica muy bien el comienzo de la enfermedad, el desconocimiento, el miedo, la negativa de muchos a querer saber, pero también la solidaridad de tantos y tantas otras y el comienzo del activismo contra el sida; que más bien podríamos nombrar como el activismo contra la homofobia, el silencio y la discriminación que se trató de imponer sobre el sida y sobre los gays. Aquellos años son mi juventud, vi morir a mucha gente, conocí casos sangrantes de discriminación y también muchos casos de solidaridad y lucha en común. Era mi juventud, me veo en esas imágenes.
Pero también veo una mirada masculina que verdaderamente no ve a las mujeres sino como parte del decorado y hoy la reconozco claramente. Porque por entonces a las mujeres que estaban muy cercanas a los gays las llamaban “mariliendres”, un término asqueroso que ya nadie se atrevería a pronunciar. Porque las mujeres estuvimos también en aquella lucha, porque repartimos condones, porque fuimos a las manifestaciones, porque se enfrentaron a la policía, porque cuidaron, acompañaron, lloraron y militaron contra el sida y a favor de los derechos de las personas seropostivas, codo con codo con ellos. Y eso aparece también en la serie donde uno de los papeles principales es una mujer, amiga íntima de los protagonistas reconvertida en activista. Un personaje descrito con la mejor de las intenciones pero que resulta finalmente un estereotipo machista que también reconozco perfectamente, porque ya entonces me lo parecía.
Desde una mirada feminista este personaje femenino no tiene un pase. Es un personaje que no es que no tenga ninguna profundidad, sino que prácticamente no posee ningún rasgo propio. No se sabe por qué dicha joven vive en una casa con otros 4 gays, qué le gusta de eso; no se sabe por qué no tiene ninguna amiga: sino tan sólo amigos gays. No se sabe por qué se lo pasa tan bien en locales gays donde todos ligan menos ella, claro, que parece divertirse de una manera completamente vicaria, a través de ellos. No sé sabe por qué no tiene vida más allá de la que vive a través de ellos, con ellos y para ellos. No sé sabe si tiene novio o novia, ni cuales son sus aspiraciones en la vida si es que tiene alguna más allá de vivir con gays. Su papel parece ser el de la “mariliendre” de la época, un personaje que parece que sigue incrustado en el imaginario de, al menos, Russell T Davies, el guionista y director, que asegura que la escribió basada en su experiencia en aquellos años.
La chica protagonista, por si fuera poco, pasa de vivir esa vida plana pegada a los gays a convertirse en la maravillosa cuidadora, enfermera y terapeuta, además de activista, de una generosidad sin límites, cuando ellos van contrayendo el virus, enfermando y finalmente muriendo. Pero ella sigue sin tener vida, ni proyecto de vida, ni amigas, ni novias o novios y en una serie repleta de sexo y alegría, ella es la única que no tiene nada de eso. Su única característica visible es que se pone a disposición de las vidas de ellos, de todos ellos, hasta más allá casi de sus propias fuerzas. Hubo mujeres activistas contra el sida que lo dieron todo por aquella causa más que justa, pero si el guionista hubiese sido capaz de mirar y ver a las mujeres hubiera debido ver que todas ellas tenían vidas, además de solidaridad. Un estereotipo andante no es un buen personaje femenino. Y mis amigos no acaban de verlo. A todos ellos les ha caído bien dicho personaje y dicen que está muy bien descrita. Me apena que no vean lo que yo. La causa son esas gafas que yo llevo y ellos no; además, por supuesto, del androcentrismo, que les ciega. Esto me ha recordado cuando veíamos Sexo en Nueva York y a ellos les parecía feminista.
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