Al escribir esto tengo la ventaja, además, de que a mí me encanta el fútbol y puedo entender que se llegue a endiosar a un futbolista. Y puedo entender que se lea y se admire a un escritor violador o que se adore a una cantante que defrauda a hacienda.
Sí, es verdad, hay cuestiones que entran en “el corazón”, en las entrañas, hay cuestiones que nos ganan por la emoción, porque conectan con lo inconsciente, con sentimientos que no controlamos, que nos inundan la memoria, que nos devuelven a la infancia o que, simplemente, no podemos evitar que nos hagan felices, o que incluso buscamos, precisamente porque nos hacen felices. El juego de Maradona hizo feliz a mucha gente, igual que los poemas del poeta violador o que la luz que refleja los cuadros del pintor maltratador.Yo he gozado tanto como cualquiera con el juego de Maradona, no tanto como si fuera argentina, pero casi. Lo que no creo que es que se deba, desde una posición pública, reaccionar a su muerte como si esa cuestión, la del maltrato no existiera, como si no tuviera importancia. No se puede no hacer referencia a esa cuestión si es que se pretende que nos creamos que de verdad importa la violencia machista. Incluso puedo aceptar que se dijera «un gran futbolista y un maltratador» y, desde aquí, se hablara de su faceta de futbolista…o de la de maltratador. Pero no puedo aceptar que -desde una posición pública- se pretenda que no tiene importancia el tipo de hombre que era Maradona porque lo que eso demuestra es que la mayoría de los hombres critican la violencia machista porque es lo que toca el 25N (y que conste que eso ya es mucho y es producto de una larga lucha del feminismo) pero no asumen en lo íntimo lo que dicha violencia significa para nosotras; lo que sentimos cuando vemos elevar a los altares a una persona que pegaba mujeres y se entretenía con menores. No lo entendéis: todas somos esas mujeres golpeadas, todas somos esas menores.
Más allá de si los hombres están dispuestos a unirse de verdad a la lucha contra la violencia, lo que hemos visto aquí es el despliegue de un privilegio masculino típico, hemos visto cómo nos arrolla. A veces, la noción de privilegio masculino parece muy manoseada y casi ya sin valor. Pues si se nos había olvidado, aquí está. Ese privilegio es tener la capacidad para fijar como mito a un maltratador y que no pase nada; es la capacidad para borrar de un plumazo a las víctimas del 25N y que todos los medios se pasen horas hablando de este tipo como de un modelo admirable; es la capacidad de clausurar la discusión cuando protestamos con un «tú no lo entiendes» porque lo que es inteligible y lo que no, lo fijan ellos; o “eres una estrecha/histérica/rígida”… porque lo que es moral/ético/admirable…lo fijan ellos. Es, en definitiva, la potestad de construir el mundo a su conveniencia, a su apetencia; de construir valores que les representan a ellos, aunque nos hagan daño a nosotras o, quizá precisamente por eso. Es la capacidad para configurar el discurso público y expulsarnos a los márgenes del mismo, para ocupar la centralidad de la palabra y de lo que puede o no decirse. Es, sobre todo, la reafirmación en el error, el no cuestionarse, el no aceptar que a lo mejor no tienen razón, que a lo mejor tienen que cambiar si verdaderamente les importa la igualdad. Porque, ya basta, la igualdad supone, por su parte, renunciar. Y ya sabemos que renunciar a ser el centro del universo es algo que la inmensa mayoría de los hombres no van a hacer con facilidad. La muerte pública de Maradona nos recuerda dónde estamos.
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