Publicado en Público el 1 de julio de 2016
La confluencia no ha funcionado como pensábamos. Pero si ahora lo pensamos con detenimiento, como no ha habido verdadera confluencia hay factores para explicar que no haya funcionado del todo bien. Ha habido una unión electoral hecha desde arriba, y sin participación real de las bases en un proceso de debate y discusión (aunque hubo votación) No ha habido mítines comunes, carteles comunes y nos hemos mirado desde lejos y con la lógica desconfianza de quienes ayer competíamos y ahora viajamos juntos pero aun no hemos podido ni hablar con detenimiento. Pensar que la fórmula iba a dar resultados perfectos, inmediatos y automáticos fue un error. No creo que la confluencia haya restado mucho, no obstante. Y creo que debe ser irrenunciable para el futuro. Pero si la confluencia hubiera restado tanto como algunos dicen, eso se hubiera visto en las encuestas previas, que sí reflejaron un momento real, que se dio, como explica aquí muy bien el fundador de Gallup en España.
Sí creo que hemos hecho mala campaña, desmovilizadora en todo caso. Y que tenemos que analizarla. Creo que la campaña ha sido, como todas las campañas electorales, un tiempo suspendido de la política (paradójicamente); un tiempo extraño en el que se habla de cosas que no tienen nada que ver con la realidad. Se nos acusa de hacer marketing político, como si los demás partidos no fueran los grandes expertos en el marketing político, como si las campañas no fueran casi sólo eso. Los programas se hacen para ganar, los mítines, los argumentarios, los debates…se hacen para ganar y no importa mucho su relación con la realidad ni con las vidas de la gente. El partido de la mafia dirá que combate la corrupción como ninguno y los grandes manipuladores de los medios dirán, como dijo Rajoy, que quiere una televisión como la BBC. El partido que aprobó la reforma laboral o el artículo 135 dirá que se opone a ello aunque no tenga ningún interés en cambiarlo y aunque todos sus votos en Europa vayan en la dirección contraria. Los partidos de los recortes dicen que no los ha habido, como dijo el PP, y que no va a haber más, aunque por supuesto que va a haberlos. En definitiva, se dice en campaña lo que se cree que los votantes quieren oír o lo que se cree que llevará a más votantes de los propios a las urnas. Todos presentarán un futuro esplendoroso o mejor que el actual, aunque sepan que eso es imposible y aunque alguno de esos partidos esté preparándonos un futuro mucho más cruel que el actual.
En realidad, la mayoría de los votantes no se cree los eslóganes electorales, como nadie se cree del todo que una marca de detergente deje la ropa como el anuncio dice que la deja; pero bajo las palabras que mienten directamente o que utilizan eslóganes vacíos que no dicen nada, lo que se hace es apelar a emociones básicas, el miedo, la ilusión, la añoranza, la esperanza…que a veces funcionan. Pero no funcionan siempre, ni con todo el mundo, ni siquiera con la mayoría, aunque compremos el detergente porque no haya opción. Mucha gente, y el 15M hablaba también de eso, está harta de que las campañas electorales se conviertan en una subasta de mensajes a cual más mentiroso o más edulcorado, pero es lo que hay. Una tiene que votar a lo que hay sabiendo, deseando, esperando, que más allá de esos mensajes esté la política. Podemos rompió con ese molde desde el principio. Hemos hecho campañas muy verdaderas, muy pegadas a lo que era la vida de la gente y los problemas reales y eso era lo que nos distinguía: decíamos la verdad, hablábamos de la verdad, de lo que ocurre en realidad y no se cuenta. No queríamos tanto vendernos cómo explicar y convencer. Pero esto no ha ocurrido en esta última campaña en la que parecimos contagiarnos de los vicios de los demás partidos y pareció que queríamos decir lo menos posible para, se supone, no arriesgar. Eso nos convirtió, inmediatamente, en un partido más y eso a nosotros y nosotras, a Podemos no nos hunde (a la vista está), pero no nos beneficia. No tanto porque no se sepa lo que hay debajo de lo que decimos (al fin y al cabo hemos hecho otra campaña muy distinta hace seis meses) sino porque algo de los que nos distingue y nos da valor ha desaparecido, ser un partido diferente; no vender eslóganes sin más. En Unidos Podemos hemos hecho una campaña contra el miedo fomentado desde todas las instancias de poder posibles. Teníamos dos opciones: una era tratar de no dar ningún miedo a nadie cuidando que todas nuestras intervenciones, todo lo que salía de nosotrxs, fuera inocuo, no diera miedo, generara emociones o sentimientos positivos; La segunda era desmontar ese miedo explicando, entre otras cosas, que el neoliberalismo brutal que no encuentra freno en Europa, es lo que tiene que dar miedo de verdad. Elegimos una opción y es posible que nos equivocáramos en parte.
En todo caso, desde el comienzo hasta ahora, contamos ya con millones de votos. Ya tenemos a cinco millones de personas que no tienen miedo al cambio, sino que lo exigen. Millones de personas que quieren otro modelo de sociedad en la que la riqueza común se reparta de manera más justa, en donde las vidas de las personas importen y en donde desde las instituciones y desde la política se luche por ellas, por todas las vidas.
Pues esa es la decisión que tendremos que tomar como partido en los próximos meses. Seguimos construyendo explicaciones, razones, luchando por argumentar y convencer o tratamos de aparecer como un partido del que no hay nada que temer a costa, quizá, de convertirnos en un partido más. También podemos esperar a que la mayoría de la gente esté en tan malas condiciones de vida que ya no haya nada que explicar porque todo el mundo pueda percibirlo. Eso va a pasar. Eso está pasando en Europa donde, ante el creciente malestar social, muchos partidos de extrema derecha recogen votos. Esos votos ya no van a volver a la socialdemocracia que ha traicionado sus orígenes. Lo estamos viendo. No podemos esperar.
Haya sumado IU más o menos, haya sido la campaña mejor o peor, dividirnos es impensable. Aquí no sobra nadie. Hay que ver cómo seguimos sumando con la convicción de que somos la única alternativa democrática al neoliberalismo antidemocrático.
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