SIGAMOS CON EL DEBATE DE LA PROSTITUCIÓN

Publicado el 13 de mayo de 2015


Dos personas a las que valoro contestaron a un artículo mío con otro artículo y yo ahora contesto a este último.

Como hace siempre, el discurso regulacionista utiliza dos trucos para tratar de ganar el debate de la prostitución, y lo hace con bastante éxito. Así, más que defender una postura propia, lo que hace es situar la postura contraria, esto es, el abolicionismo, en un lugar en el que las propias abolicionistas no nos reconocemos. Para empezar, el regulacionismo se apropia de un lugar de “sentido común” que no le corresponde en exclusiva y nos expulsa de él. Por ejemplo, ha conseguido convencer a mucha gente de que el suyo es el discurso que legítimamente representa a las putas, lo cual es una atribución que no responde a la realidad en absoluto. Las putas son como todo el mundo y las hay regulacionistas y abolicionistas. Las organizaciones regulacionistas y las personas que defienden este discurso llevan décadas acusando al abolicionismo de hacer lo que en realidad hacen ellas: hablar por todas, invisibilizar y negar una parte, quizá mayoritaria, de la experiencia y de la palabra de las propias prostitutas. Este sector ha conseguido, por razones que tienen que ver obviamente con que es el sector bendecido, de manera directa o indirecta, por la industria (y, desde ahí, por las tendencias sociales, las modas) que parezca que hablan por todas las prostitutas o por la mayoría de ellas, y que el abolicionismo, en cambio, usurpa su voz.

El regulacionismo ni siquiera habla por todas las putas que quieren seguir dedicándose a la prostitución (no hablemos de las que querrían abandonar esa actividad o de las que nunca quisieron dedicarse a ella) Mencionaría el caso de la activista Carla Corso que ha explicado y escrito que la regulación perjudicaría en muchos aspectos su trabajo y que no solucionaría ninguno de sus problemas. O mencionaría a la activista transexual Lohana Berkins, cuya lucha de liberación trans y también como puta es bien conocida y que se declara profundamente abolicionista. Podría mencionar a muchas más que demostrarían que las putas también tienen opiniones divididas sobre este asunto. No hay aquí espacio para hacer un recuento, pero las prostitutas no son regulacionistas, ni siquiera la mayoría, pero las que lo son usurpan la voz de las otras. Tienen derecho a defender sus posturas, pero no a decir que su voz es la voz de las putas porque eso no es cierto.

Lo que sí es cierto, y es también un truco argumental, es tratar de presentar regulacionismo y abolicionismo como dos discursos que se actúan en el mismo nivel de discusión. Eso no es cierto.  No estamos en hablando de lo mismo, aunque se quiera hacer creer que sí.  La prostitución no es sólo una actividad individual que millones de mujeres en el mundo eligen para ganar dinero; también es eso, pero no sólo eso. La prostitución es un sistema, una institución, una ideología y preguntarse por qué a ellas, y no a ellos, se les presenta esa opción, es necesario; así como preguntarse qué papel juega la institución en el conjunto del sistema patriarcal, y también económico.  El abolicionismo contempla el sistema, la estructura que hace posible la institución; el regulacionismo sólo se refiere a las prácticas personales, a las experiencias de las mujeres que quieren regular la prostitución; y su defensa de esos derechos está basada únicamente en la libertad individual, exactamente igual que hace la derecha. Cuando hablamos de prostitución, para las regulacionistas, no hay más que personas individuales y una libertad abstraída no sólo de las condiciones materiales, sino de cualquier referencia estructural al patriarcado, al sistema de desigualdad de género. ¿Quién habla de de salarios o de empleo, de políticas económicas, sin hablar de neoliberalismo, de capitalismo, de empresas, de poderes financieros, de estructura económica? Pues eso es lo que hace el regulacionismo que es capaz de escribir un artículo sobre la prostitución, sin mencionar ni una sola vez que la prostitución es una institución (no una práctica individual que se da porque sí), creada por el sistema patriarcal, que algo se beneficiará por tanto de ella, y que ha crecido y se ha transformado en una de las más poderosas industrias en el neoliberalismo global. No mencionar a la industria cuando se habla de prostitución es como si al hablar de enfermos de hepatitis C o de personas con VIH no mencionáramos los intereses empresariales que condicionan cualquier lucha que se mantenga en el terreno de la enfermedad, o como si al hablar de trabajo no mencionáramos a los empresarios. Y cuando mencionamos esto, neoliberalismo feroz, conversión de todo en mercancía…se nos acusa de utilizar referentes negativos. Si cuando hablamos de salarios de miseria y de personas sin derechos laborales, no nos olvidamos de los referentes negativos ( al menos no desde nuestra visión del mundo), si cuando hablamos de precariedad laboral no dejamos de hablar de neoliberalismo y de estructura económica e ideológica, ¿por qué cuando hablamos de prostitución no podemos hablar de estructura patriarcal e ideología prostitucional? No sólo podemos, sino que debemos.

Otro de las curiosas adjudicaciones que el regulacionismo hace al abolicionismo (ver el artículo) es la del amor. Al parecer, nosotras, abolicionistas, sostenemos que hay que follar por amor. Esta falsa atribución se nos hace para poder, a renglón seguido, llamarnos antiguas; buen truco. De nuestro lado el amor, del suyo el sexo. Sí que es cierto que nos rebelamos ante la falacia neoliberal de que todo es mercancía y que todo tiene un precio, pero desde luego, eso no tiene nada que ver con follar con amor o sin él. Los autores del artículo al que me refiero, mencionan un párrafo mío y como hacen siempre lo tergiversan. Este es mi párrafo: “Una relación sexual necesita de dos o más personas y aquí solo hay una parte, el hombre, teniendo sexo, mientras que la mujer está, en el mejor de los casos, esperando a que él acabe y en el peor, sufriendo”, ¿Dónde menciono yo el amor? Yo ni siquiera creo que se folle por amor, se folla por deseo; deseo por ambas partes (o por las partes que haya). Lo que define una relación sexual, al menos desde la revolución feminista de los 60, es el deseo. Recordemos que antes de la revolución sexual feminista (y aun ahora en muchos países) la mujer tenía sexo aun cuando estuviera siendo violada. Lo que es y no es sexo, lo define hoy día la existencia de deseo. Si no hay deseo no hay sexo y en la relación prostitucional lo que hay es el deseo de él, luego hablamos del sexo de él, no del de ella. Y en esto que digo, están además de acuerdo la inmensa mayoría de las putas. Si algo tienen ellas bien claro es que para ellas la prostitución no es sexo; no es “su” sexo. Para ellas es, en el mejor de los casos un trabajo, en el peor, un martirio, pero nunca es sexo. Por lo tanto, lo que yo digo en mi artículo lo defenderían ellas sin problema. Entonces, ¿por qué critican ese párrafo mío las regulacionistas? ¿Por qué meten el amor por medio cuando aquí nadie ha hablado de amor? Porque saben que “sexo” es ese significante positivo que vence a cualquiera de los significantes negativos que se supone que usamos: patriarcado, neoliberalismo, desigualdad etc. Porque acusar a alguien, hoy día, de estar contra el sexo es un valor seguro y se usa, aunque dicha atribución sea mentira.

No criticamos la prostitución porque no nos guste el sexo sin amor; nos gusta el sexo de todas las maneras. Lo que no nos gustan son las estructuras patriarcales de desigualdad, ni los mercados que convierten las relaciones humanas (sexo incluido) en mercancía; lo que no nos gusta es la ideología biologicista que mantiene la idea de que la prostitución es “natural” o necesaria para los hombres; lo que no nos gustan son las masculinidades hegemónicas que se ponen en juego y se refuerzan en la prostitución Y dicho esto…a ver si al final a los que no les gusta el sexo va a ser a ellxs: “Esta actividad (se refieren a la prostitución) (…) puede incluso poner en jaque el mito de la independencia masculina, ya que parece obvio que necesitan de sus servicios para tener compañía, comunicación, algún cariño y, en definitiva, los cuidados que sustraen de todas las mujeres, solo que en este caso ellas cobran por ellos”. Acabáramos. No hay sexo de ningún tipo: hay comunicación, compañía, algún cariño y cuidados. ¿Pero no decíamos que eso de la comunicación, compañía, cariño y cuidados…era lo que nos gustaba a nosotras, las abolicionistas, y por eso estamos en contra de la prostitución? Pues no, vaya, ahora son ellas las que defienden la prostitución con el argumento de que los hombres necesitan cariño. Por cierto que yo también estoy en contra de que el cariño sea otra mercancía más; creo que al monetarizar las relaciones humanas,, y lo hacemos todos y todas,  hemos aceptado el marco neoliberal. Dice el poeta y activista ecologista Jorge Riechamn que la reducción de lo humano a relaciones mercantiles es un fenómeno criminal al que habría que llamar antropocidio. Estoy de acuerdo (quizá no en el nombre).

Las autoras del articulo aseguran que en ese párrafo antes mencionado, y del que soy autora, se recupera el tópico de la sexualidad masculina siempre depredadora y la femenina siempre sumisa. ¿Eso es lo que se entiende en ese párrafo? No, eso es lo que ponen en nuestras bocas para poder seguir con su argumentación, que no es la nuestra. La sexualidad masculina no es siempre depredadora y la femenina no es sumisa. Las putas no son sumisas, son mujeres valientes que se hacen cargo de sus vidas en condiciones muy difíciles, ¿eso nos inhabilita a las feministas para juzgar el daño que el sistema prostitucional y la ideología que la sustenta hacen a la igualdad? Curiosamente el regulacionismo considera la prostitución una práctica individual sin más, pero…de repente, hace un giro y la compara con el matrimonio, al que juzga como institución. Si podemos juzgar la institución matrimonial sin juzgar a las personas que se casan, ¿por que no podemos juzgar, desde el punto de vista feminista, la institución prostitucional sin juzgar a las mujeres que se dedican a ella? Eso es lo que hacemos las abolicionistas, condenamos la institución, no juzgamos a las mujeres; igual que se supone que hacemos todas las feministas con la institución matrimonial.

O la prostitución es una institución sujeta a crítica, como el matrimonio, o es una práctica individual donde lo único que cuenta es el consentimiento individual. Yo siempre he dicho que prostitución y matrimonio son las dos caras de la misma moneda…hasta el siglo XX, cuando gracias a la lucha feminista, el matrimonio se transforma radicalmente y pasa de ser una institución en la que las mujeres eran una posesión del marido, indisoluble, y que servía para transmitir la herencia y las propiedades a ser una institución donde los cónyuges son iguales, fácilmente disoluble y que ya no transmite nada porque la herencia y las propiedades se transmiten sin necesidad del matrimonio. El matrimonio ha perdido su función, o gran parte de ella, en el patriarcado. La prostitución, al contrario, al desaparecer la función patriarcal del matrimonio, es más útil y funcional que nunca, por eso aumenta su uso;  y lo hace además a partir de los años 80, cuando se industrializa globalmente y cuando el neoliberalismo, impulsado por Thatcher y Reagan, derriba todas las barreras éticas que existían ante el consumo, que pasa a ser cuestión de libertad individual sin más y ante la mercantilización de las relaciones humanas.

Finalmente, siguen hablando de regulación como si no hubiera experiencias de regulación suficientes como para saber lo que pasa cuando se regula. Hay varios países que lo han hecho y hay estudios suficientes. Pero como hablamos de una idea, lxs regulacionistas no se molestan en leerlos. La realidad es que la trata aumenta y que la percepción social de la igualdad sufre, como era esperable. No hace bien a la idea siempre frágil de la igualdad mantener y legitimar un espacio de desigualdad pura, aunque sólo sea porque es una actividad que no es reversible. Un hombre, aunque sea prostituto, nunca estará desempoderado como una puta; si eso fuese posible no habría patriarcado. Diga lo que diga Esperanza Aguirre, aunque haya putos, ellos nunca estarán desnudos en las esquinas, jamás serán “carne”, nunca serán violados por las clientas, ni maltratados, no serán objeto de trata, ni vendidos de un burdel a otro, ni encadenados a la cama, ni tendrán que realizar prácticas que les asquean…eso, simplemente no es posible porque por más que el dinero y la clase es aquí fuente de desigualdad, ésta aparece compensada con la otra jerarquía que cuenta: el género. Para las mujeres, en cambio, las dos variables juegan en contra formando la desigualdad total.

No estamos en contra de la prostitución porque sea sexo (que no es sexo para ellas) sino porque es una institución patriarcal que fija los roles sexuales y de género y también la ideología que los crea y los mantiene. Porque los hombres no tienen “necesidades” sexuales diferentes a las de las mujeres sino que es justamente esa idea la que hay que combatir porque es uno de los pilares patriarcales más arraigados en las mentalidades.  Estamos contra la prostitución porque la ideología que la justifica implica que deba existir, necesariamente, un contingente de mujeres dispuestas a serlo y eso condiciona las condiciones materiales de las mujeres en todo el mundo. Tienen que ser más pobres y más vulnerables que los hombres porque si no lo fueran no querrían ser prostitutas (no, al menos, en el número que la demanda masculina precisa), y si no hubiera prostitutas el patriarcado perdería un importante espacio para el aprendizaje y reproducción de la masculinidad hegemónica. La necesidad patriarcal de que haya prostitutas condiciona la vida de las mujeres en todo el mundo y especialmente en los países pobres, que lejos de buscar la igualdad económica y social para las mujeres, están más interesados en mantener la desigualdad para que se dediquen a la prostitución, que es lo que aumenta su PIB. (El Banco Mundial recomienda a los países endeudados que dediquen a sus mujeres a la prostitución). Los anticapitalistas podemos entender que la gente trabaje por 600 euros y, aun así, defender una subida de 50 euros; por la misma razón las feministas apoyamos a las putas porque tienen que vivir, pero combatimos la prostitución.
No, ellas no son sumisas, como los que cobran 600 euros tampoco tienen que serlo, pero ambos están en una posición de desigualdad estructural, ambos son peones de dos sistemas de opresión: capitalismo y patriarcado. No, ellas no son víctimas propiciatorias, ellas son mujeres valientes que luchan con los medios que tienen, que se organizan y hacen oír su voz. Ellas merecen respeto y solidaridad. Por supuesto que estamos con las putas, con sus derechos, contra las ordenanzas que pretenden limpiar las ciudades de su presencia como Esperanza Aguirre pretende limpiarlas de sin techo. Escuchamos a todas las putas y no sólo a las que nos dan la razón. La diferencia con lxs regulacionistas es que sabemos que la igualdad pasa por la destrucción del sistema y no por su legitimación acrítica. Entendemos “mi cuerpo es mío” no como cualquier objeto de propiedad privada, sino que “mi cuerpo es mío” porque me constituye un todo con mi identidad y libertad. Entendemos que la prostitución es una institución política, económica e ideológica y que es también un dispositivo de disciplinamiento sexual, como diría Foucault; para hombres y mujeres.



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