Publicado en El Plural el 31 de enero 2011
Este fin de semana he leído las entrevistas que se les han hecho a los firmantes del «gran pacto social» y me he sentido humillada. Después he visto las imágenes y he escuchado a los políticos del PSOE en su convención y me he sentido profundamente avergonzada. No quiero decir que si fuera sindicalista no hubiera firmado ese pacto, no quiero decir que si yo fuera del PSOE me borraría del partido.
No, lo que quiero decir es que al menos no nos humillen tratándonos de estúpidos. Lo que está ocurriendo desde el estallido de la crisis no es más que capitalismo en estado puro: transferencia de dinero público a manos privadas. Eso es el capitalismo y lo que ha ocurrido es que se han derribado todas las compuertas que permitían que hasta ahora, algún dinero público se quedara en manos públicas para aliviar las injusticias más sangrantes. Estamos asistiendo impávidos a la transferencia de “nuestro” dinero, de “nuestro” futuro, de “nuestros” ahorros, a “sus” manos para pagar sus desmanes, sus escandalosos sueldos, sus políticas especulativas y fallidas, su riqueza en definitiva. Vamos, es lo de siempre, por si lo habíamos olvidado.
Y todo esto lo vemos ocurrir ante la impotencia de políticos que se llaman socialistas, ante su falta de coraje para aplicar políticas correctoras a los que más tienen (¡ni una sola medida, ni una sola, dirigida a los ricos!) ante su falta de dignidad para dimitir o siquiera para reconocer que no se puede hacer nada. Lo que vemos -y es repugnante- es a José Blanco diciendo que Zapatero es el mejor socialista de la historia (ahí es nada. Por cierto que alguien del público grito: «Ya será menos»); al Ministro de Trabajo diciendo que estas reformas son en apoyo de los débiles (?) . a los sindicalistas diciendo que son buenas para el conjunto de la clase trabajadora.
Por lo menos que se callen, que bajen la cabeza y que se callen, pero que no salgan satisfechos, sonrientes, para vendernos lo que es una derrota sin paliativos de la clase trabajadora como una victoria. O en el caso de los sindicatos que firmen el acuerdo y que digan la verdad, eso sería sanador porque de la verdad podría nacer alguna resistencia y no esta humillante inacción. A veces lo peor no es el progresivo empobrecimiento, que es lento aun. Lo peor no es la desaparición gradual de derechos, lo peor es tener que soportar que nos tomen por tontos.
Los pueblos árabes estos días nos permiten respirar un poco al darnos cuenta de que en cualquier situación, por mala que sea, si se pierde el miedo cualquier pueblo puede hacerse dueño de su destino. Y que todo tiene un límite. Un límite más allá del cual se explota y se sale a la calle.
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