DESPILFARRO GRANDE, PERO TAMBIÉN PEQUEÑO

Publicado en El Plural el 25 de octubre de 2011


Venía escuchando esta mañana en la radio un recuento de esas obras inmensas que durante años hemos padecido en España, que han saqueado (esa es la palabra) las arcas públicas sin que nadie haya pagado por ello, ni haya hecho siquiera una declaración reconociendo el error. Aquí no hay propósito de enmienda por ningún sitio. Somos un país de nuevos ricos y nos resistimos a admitir que el gasto público deba usarse en cosas que a lo mejor no brillan tanto pero que son necesarias y no en fastos, edificios o infraestructuras inútiles. Es posible que muchas de esas construcciones y obras no sean delito, pero el despilfarro público debería estar castigado de alguna manera.

Hoy se cierra el aeropuerto de Ciudad Real. Decenas de millones al parecer. Del de Castellón no hablamos, pero según hemos leído sigue gastando: en hurones y pájaros y en seguridad, millones en total; del AVE por La Mancha ya cerradas varias estaciones y líneas, tampoco hablemos; el Puerto de Laredo, sin un sólo barco; un aparcamiento subterráneo inmenso en Castro Urdiales, que nadie quiere explotar ni pagar; edificios «emblemáticos» en pueblos en medio de la nada… Cuando escribí en contra del nuevo, inútil e infrautilizado AVE por La Mancha la gente me dijo que las infraestructuras son necesarias. Son necesarias las que lo son y por sí solas no crean ni trabajo ni riqueza.

Un tertuliano decía para justificar todo este despilfarro que en España, al menos, este gasto se ve. Que se vea no quiere decir que esté bien gastado. Hace poco conducía con una amiga extranjera por Zamora, por una autopista de cuatro carriles, a veces seis, en un lugar que sufre de crónica despoblación y que jamás sufre de atascos. Era una autopista propia de Los Ángeles, pero en Zamora. Y como está claro que todas esas inmensas obras se han hecho sin planificación de ningún tipo, sin ningún informe previo que previera su uso y su rentabilidad, supongo que alguien habrá ganado mucho dinero, aunque no sea ilegal, malgastando  el dinero de todxs.

Pero a niveles pequeños también ha ocurrido. Lo pensaba a propósito de una carta que recibí ayer mismo. Una universidad me escribía para preguntarme si cobré y cuánto por una conferencia que dí acerca de la ley de Matrimonio dentro de un ciclo organizado por esa universidad sobre los cambios legislativos favorables a la población lgtb. El caso es que no cobré esa conferencia porque no la dí, porque ni se celebró la conferencia ni tampoco el ciclo. Es un ciclo fantasma que se montó un profesor supongo que con intención de cobrar a la universidad por una actividad no realizada. No es la primera vez que me incluyen en conferencias que no se realizan pero que alguien cobra por mí. En estos casos hay claramente un delito, pero no deja de ser sorprendente que profesores universitarios estén dispuestos a tirar por la borda sus carreras profesionales por unos cuantos miles de euros. Supongo que eso indica el ambiente general que hemos vivido.

Un ambiente en el que daba la impresión de que el dinero público estaba ahí para cualquiera que se le ocurriera hacer cualquier cosa, legal unas veces aunque inmoral e ilegal otras. Durante estos años pasados en los que he dado muchas conferencias por toda España hace un par de años me ocurrió que me llamó una concejala de cultura de un pequeño pueblo minero de las montañas leonesas para pedirme que fuera hasta allí a dar una conferencia sobre lesbianismo. Le pregunté que si estaba segura, que no parecía un tema que fuera a despertar pasiones en su pequeño pueblo de 2000 habitantes, la mayoría mineros jubilados y sus familias. Ella insistió. Me pagaban 700 euros por la conferencia más hotel y el viaje. Acepté y allí que me fui en un viaje largo en tren y autobús.

A la conferencia no asistió nadie, naturalmente. El pueblo era un pueblo de pacíficos mineros jubilados y de amas de casa que llenaban por la tarde la casa de cultura buscando actividades que se adecuaran a sus necesidades y gustos. Le dije a la concejala que no me pagaran (aunque yo había ido) y que ya bastaba con los gastos del viaje pero me contestó que esos 700 euros estaban presupuestados así y que por tanto tenían que pagarme.  Esta no es una anécdota aislada, me ha ocurrido bastantes veces y supongo que es algo que le ocurre a mucha otra gente que da conferencias, clases o charlas. ¿No hubiera sido más correcto proponer actividades, discutirlas con las vecinas, hacerles partícipes, atender a sus sugerencias? Ya sé que estas cuestiones son pequeñas y no han generado la crisis pero son consecuencia de una crisis moral de enriquecimiento a toda costa y de gasto inútil de la que también tenemos que salir.


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