Publicado el 8 de junio de 2023
La semana pasada en una entrevista radiofónica se le preguntaba a un viejo comunista por qué ganaba la extrema derecha y no la extrema izquierda y la respuesta fue: “porque…¿qué puede hacer un comunista?” (o una comunista, añadiría yo)
El neoliberalismo nos ha pasado por encima de tal manera, su victoria ha sido tan completa, que la izquierda ni siquiera se quiere llamar así por no asustar a potenciales votantes (la derecha, en cambio, se reivindica con gusto) No hay que llamarse de izquierdas para no asustar…dijeron los partidos nuevos. Y lo entiendo. Pero el problema no es el nombre, sino qué puedes hacer. ¿Puedes nacionalizar la banca? ¿Puedes desprivatizar toda la sanidad, los transportes? ¿Podremos fijar un alquiler social que alcance a todo el que necesite una vivienda? ¿Prohibir todos los desahucios? A Ada Colau ni siquiera le dejaron poner un dentista municipal gratuito.
Syriza nos demostró dónde está el límite. Y a Irene Montero le ha pasado, con el feminismo, lo que a Syriza con la economía. Le han demostrado dónde están los límites. Y nos hemos enterado todas. Y el límite está muy cerca, apenas hay espacio. La izquierda, antaño socialdemócrata, es hoy social liberal y se limita a gestionar de manera menos cruel y más empática el capitalismo. En cuanto a la derecha, le sobra la democracia liberal y van contra ella con todas sus armas, con todo. Y los demás, comunistas incluidos, en modo resistencia. No parece haber otra: ya no es ganar, es resistir. Y lo entiendo. Está en juego la democracia, derechos fundamentales, cuestiones decisivas para la vida de mucha gente… pero ese modo resistencia supone también reconocimiento explícito de nuestra impotencia, de la impotencia de las ideas transformadoras, mínimamente cuestionadoras, del capitalismo.
¿Cuánto tiempo, y cuánto, se puede ilusionar a la gente con la mera resistencia? Mientras intentamos resistir, ellos se rearman y avanzan. Y prometen cambio. Esperanza de cambio, casi no importa hacia dónde. Es muy fácil buscar cualquier chivo expiatorio y prometer acabar con él: migrantes, mujeres, personas LGTB, comunistas, ocupas… Esto da resultado desde hace siglos; esto sí que es vieja política, pero sigue funcionando. No olvidemos, además, que los límites europeos no son igual para todos ni presionan en el mismo sentido. Syriza, más allá de los errores que cometiera, desafió la economía neoliberal y fue obligada, prácticamente manu militari con humillación incluida, a suicidarse. Los gobiernos de la extrema derecha en Europa cometen graves violaciones contra el Estado de Derecho, la democracia y los derechos de las mujeres…y sí, se les retienen fondos, pero ya veremos por cuánto tiempo. Sólo hasta que la derecha que está en las instituciones europeas se convierta toda ella en extrema derecha. ¿Cuánto tiempo duraron aquellas proclamas de cierta derecha europea de no gobernar con la extrema derecha? Ya hemos visto que la justicia es un brazo más del sistema neoliberal, se puede torcer lo que haga falta, como la democracia misma. No se hará con Hungría lo mismo que se hizo con Grecia. No se hará lo mismo con un país que prohíbe derechos básicos a las mujeres que con un país que pretende saltarse el techo de deuda. Neoliberalismo obligatorio y lo demás, ya lo iremos viendo. Lo dicho, se trata de resistir.
No es extraño que sea tan difícil concitar a la esperanza en este llamado a la resistencia. ¿Quién defiende la democracia si tenemos un sistema y una sociedad que permite que se fijen servicios mínimos del 100% en una huelga? Si la Ley Mordaza es una ley antiprotestas y antimanifestaciones y no se ha podido derogar con un gobierno progresista? ¿Qué quiere decir progresista en este contexto?
Recuerdo los primeros debates en Podemos, donde el problema del sector errejonista era que bajo ningún concepto quería ir con IU porque sonaba “a la izquierda de siempre, la que pierde”. Por otra parte, el pablismo bajo ningún concepto quería entrar en los gobiernos del psoe. Muy poco después, el pablismo entró en los gobiernos del PSOE y el errejonismo se siente cómodo con una IU que ha desdibujado aun más su perfil supuestamente comunista (de algunos y algunas). Parecen siglos, pero ha sido muy poco tiempo. Se dirá que han cambiado las circunstancias. Y sí, han cambiado. Ahora reconocemos nuestra impotencia, hemos experimentado los límites en nuestros propios cuerpos. Nos hemos dado de bruces con ellos. Basta con leer el manifiesto Mover Ficha o los primeros programas electorales. Lo de ahora, con perdón, parece la enésima refundación de IU (aunque con un menor componente de clase, me temo). Y yo les voy a votar.
Más allá de Sumar o de Podemos, de aciertos o errores, y más allá de los nombres y las listas, últimamente se nos dice que también tenemos que renunciar a decir la verdad, a denunciar el sistema de poder, no puede parecer que nos enfrentamos a él. Parecemos antipáticos, siempre regañando, se nos dice, con eso no se gana, la verdad no convence a nadie. Estoy completamente de acuerdo. Así, lo único que se gana es mucho odio social y la implacable persecución del sistema. La verdad es muy antipática, la queja desanima, regañar no da votos. Y es verdad. El marketing del capitalismo y la pasarela electoral exigen simpatía. Hay que construir pueblo sin explicar claramente el horizonte que imaginamos, hay que hacerlo explicando nuestro sistema de reparto de las migajas. Pareciera que eso no es muy ilusionante y que por eso tampoco ganamos (gana Ayuso, por cierto). ¿Podría ser que cuando ganamos en realidad perdemos? Seguramente estoy equivocada.
Yo votaré a ese espacio, el que haya finalmente, con la misma ilusión que votaba a IU, con poca. Esperando que surja otro 15M, otro Podemos, otro…lo que sea. Un sistema que permita que si un comunista o una comunista entra en un gobierno porque se le ha votado sea para hacer políticas comunistas y para denunciar el capitalismo. Soy más simple que una lechuga, ya lo sé. Y mientras… resistamos.
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