NACIONALISMOS

Publicado en El Plural el 15 de septiembre de 2012

Hay personas que como yo, de verdad no somos nacionalistas y nos cuesta entender ese sentimiento de pertenencia a unas fronteras políticas trazadas siempre en función de intereses que no suelen coincidir con los intereses reales de la gente. Entiendo naturalmente que existen derechos culturales y que en condiciones de opresión o negación de los mismos, la vida se puede hacer insoportable. Sí, tengo algo parecido a una patria; tengo sentimientos de pertenencia ligados a un idioma, a una historia común, a una cultura, a un paisaje, a determinadas afinidades con otra mucha gente, y que son parte de mi identidad o de mi subjetividad, pero si esto no me es negado poco me importa -o nada- ser adscrita administrativamente a unas determinadas fronteras que, por otra parte, casi nunca coinciden exactamente con la patria que vivimos subjetivamente. Si no se dan esas condiciones de opresión me cuesta mucho entender el nacionalismo, el mío -inexistente- y el de los otros.

La manifestación del 11 de septiembre en Cataluña me provocó cierto sentimiento de tristeza. Cuando intenté analizarlo me dio la impresión de que mi tristeza tenía que ver con la frustración que me produce que siempre sea mucho más fácil reivindicar una patria que una política justa. Me produce cierta frustración que la cuestión de la independencia venga a ocultar que en realidad CiU y PP son la misma cosa política y que por eso votan juntos y siguen votando juntos. Se fingen muy ofendidos el uno con el otro, pero son lo mismo, defienden los mismos intereses, y como tales se reconocen y se tratan.  Como no soy nacionalista española, que es lo que me tocaría, tampoco me importa que Cataluña sea independiente, serán lo que quieran ser y eso no me va a afectar en lo más mínimo. Me pone triste que el nacionalismo sea esa causa alrededor de la cual, todavía, ricos y pobres, poderosos y desposeídos pueden ir de la mano. Creo que unos y otros no tenemos nunca los mismos intereses,  y que la patria de los poderosos no es nunca la nuestra, la de la gente corriente. Basta mirar la historia por encima para darse cuenta de que los poderosos siempre intentan hacer creer en una patria común que uniría a ricos y pobres y que estaría por encima de las clases sociales y, sobre todo, de los verdaderos intereses de la inmensa mayoría de la gente. Que eso siga dando resultado me pone un poco triste, ya digo.

Pero también comprendo que el nacionalismo es un sentimiento y que no conocerlo no quiere decir que niegue su existencia en los otros y más aun cuando, además, están en otras circunstancias. Porque reconozco que no debe ser lo mismo ser ciudadana de una patria indiscutible que de otra que se discute y que la gente puede sentir como discutida. Y durante años, si nos circunscribimos sólo a la democracia,  es verdad que el nacionalismo español  ha crecido y tratado de engordar (es decir, de captar votos) precisamente agraviando y negando a las otras patrias que se encuentran dentro de estas fronteras políticas y administrativas que llamamos España. El nacionalismo, claro, sólo lo es en relación a otros con los que, además, necesita enfrentarse constantemente. El Partido Popular se ha pasado años jugando la baza del nacionalismo español contra el catalanismo incluso moderado (ha hecho lo mismo en Euskadi). Durante años, la derecha española se ha inventado agravios (como aquella campaña estúpida acerca del español perseguido y de la que ahora, por supuesto, no se va a volver a hablar) han cercenado cualquier aspiración legítima y democrática expresada por las instituciones catalanas y han sacado réditos políticos de todo ello. Finalmente, como suele ocurrir, todo eso ha servido para alimentar un sentimiento de cansancio, de agravio, que es el que ahora se expresa reclamando la independencia.

Si ser independientes es el sentimiento mayoritario de los catalanes (o vascos), no tengo absolutamente nada que decir; las naciones son ficciones políticas que nacen, cambian, desaparecen o vuelven a nacer. De esos cambios lo único que me preocupa es que se realicen democráticamente y sin violencia. Afortunadamente,  estamos en un momento histórico en el que la cuestión no parece que se vaya a resolver a tiros. Su nacionalismo que lo arreglen ellos pero es evidente que si la cuestión de la independencia crece servirá para ocultarlo todo y también para manipularlo todo. Hay países en los que se puede hablar de estas cuestiones con calma. Hay países en los que se puede hablar de las cuestiones, económicas y de todo tipo, que lleva aparejada una secesión, sin que eso sea el fin del mundo. Aquí  eso no es posible, tenemos una triste historia en ese sentido.

Cualquier acercamiento real del nacionalismo catalán o vasco a la independencia traerá aparejado una exacerbación del nacionalismo español y la negación de cualquier otra consideración política. Veremos a Esperanza Aguirre haciendo campaña en contra del cava catalán y veremos a niñatos tirando productos catalanes al suelo en los supermercados; escucharemos y veremos tonterías que, sorprendentemente, harán mella en mucha gente. No se hablará de lo importante, de las condiciones en las que los catalanes o vascos quieren quedarse (que ahí los no catalanes o vascos sí tendríamos cosas que decir); ni de las condiciones para la independencia (que ahí creo que no tenemos casi nada que decir). En fin, que los catalanes se vayan o se queden no va a afectar a mí vida, pero me pregunto lo que va a tardar el nacionalismo español en hacernos la vida imposible a los que no somos ni catalanes ni vascos.


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