CORRUPCIÓN Y DEMOCRACIA

Publicado en Equo el 5 de mayo de 2011

Las encuestas vienen reiterando, mes tras mes, que los ciudadanos creen que los políticos son uno de los principales problemas del país. Ante este sorprendente resultado, ella, la clase política, no sabe/no contesta. Lo cierto es que más allá de políticas concretas más o menos adecuadas, y de que se ha producido un cambio en el sistema representativo tal como lo conocemos (cambio que habrá que abordar si queremos salvar la democracia) la corrupción está no sólo minando la democracia, sino que está contribuyendo decisivamente a construir un imaginario colectivo claramente antidemocrático en sí mismo. Un imaginario, un escenario social que beneficiará siempre a la derecha.

La corrupción, y la tolerancia social hacia la misma, se ha instalado en todos los ámbitos de la vida política y social. Corrupción es llamar para que te arreglen una gotera y que lo normal y esperable sea que te den a elegir entre pagar con IVA o sin IVA. Corrupción es cada vez que hemos vendido/comprado un piso y te encuentras contando un maletín con dinero que no se declara. Pero corrupción es obviamente lo que han hecho los bancos y las financieras con la economía mundial, demostrando de manera palpable que a mayor corrupción más riqueza para el corrupto, y sin castigo.

Y si hay un ámbito en el que la ejemplaridad moral debería ser aun más exigible es en el de la política, puesto que se trata, en teoría, de prestar un servicio público y de dar ejemplo de valores de ciudadanía. Hoy por hoy es bastante obvio que ningún partido tiene interés en atajar la corrupción de verdad y que todos están contagiados en mayor o menor medida. Ninguno tiene la más mínima intención de tomar medidas reales y efectivas para sanear la vida política en general, es decir, aprobar leyes efectivas y de efecto rápido. Lo que hacen es tratar de marear la perdiz aprobando pactos entre ellos que se rompen el día después de ser aprobados o declarados. Todos los partidos llevan en sus listas a imputados en procesos judiciales. Todos. La corrupción se ha convertido no en algo con lo que hay que terminar radicalmente, sino en algo con lo que criticar al oponente que a su vez nos critica a nosotros por lo mismo. Al final todo se reduce a que los partidos se echan en cara si mis imputados lo son por delitos menos graves o son más presuntamente inocentes que los tuyos.

La corrupción es un cáncer para la democracia. Si la corrupción se generaliza la democracia se devalúa puesto que la clase política no sirve al interés general para el que fue votada, sino que sirve a los intereses de las personas que están en tal o cual cargo; la representatividad se desvirtúa, no representan a nadie y la ciudadanía se siente frustrada, no confía en ellos, piensa que todos son iguales y que, además, todo da igual. Pero la corrupción, la tolerancia social a la misma, es además, una parte muy importante del cambio en la ética social que estamos viviendo, que se nos está imponiendo en realidad, y que beneficia siempre a la derecha. Es un cambio de mentalidad que va más allá de las políticas concretas, un cambio necesario, por otra parte, para poder imponer esas políticas sin contestación social. Un cambio que arrolla los valores que son propios de la izquierda. Como decía Tony Judt, la izquierda no puede existir sin valores.

Cuando la izquierda no combate radical, decididamente, y cueste lo que cueste, la corrupción política está colaborando a que la derecha gane las elecciones, y para mucho tiempo. La derecha tiene interés en extender una ideología individualista, del “sálvese quien pueda y yo primero”, del “lo importante es ganar dinero como sea” etc. Al fin y al cabo eso son sus “valores”. Toda esto forma parte del paquete neoliberal que no es sólo económico, sino que es también ideológico y que disuelve las estructuras sociales por medio de hacer creer que las únicas y mejores soluciones son las soluciones individuales. Al final crece la desafección con la política y como efecto colateral, uno de ellos, crece la derecha y la extrema derecha. Una gran parte del voto de extrema derecha es un voto antisistema que se nutre de la desafección política y democrática de la ciudadanía.

Por eso los militantes de los partidos de izquierdas deberían ser inflexibles en la exigencia de limpieza en sus listas y no como todavía ocurre, que nos enfangamos en una discusión sobre quién lleva más corruptos y qué casos son más graves. Es inexplicable que no acabemos de entender que la corrupción generalizada, pequeña o grande, sólo se beneficia la derecha y en el peor de los casos, a la extrema derecha. Y si no, miremos a Italia, donde, en la situación de inmoralidad más absoluta, la izquierda está desaparecida.



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