9 de junio de 2007
Ministra, Responsables de partidos políticos y sindicatos,
amigas, amigos, compañeros: Hace dos años estábamos exultantes, a punto de
conseguir un logro histórico en nuestra lucha; y no sólo en nuestra lucha
concreta aquí y ahora, sino histórico de verdad en la lucha del movimiento LGTB
internacional.
Nos sentíamos felices, protagonistas de un cambio en cuya consecución, además, cada uno de nosotros y nosotras, sentía que
había participado activamente. Después ha venido también la ansiada aprobación
de la ley de Identidad de género, nuestra otra gran reivindicación legal. Y a
partir de aquí algunos nos hemos visto proyectados a un lugar extraño: al
centro del interés mundial. Y hemos ido por el mundo contando cómo ha sido
posible pero, sobre todo, contando – y esto es lo más importante que podíamos
transmitir- que es posible; que todo es posible.
Gracias a nuestro trabajo, a vuestro trabajo, la FELGT se ha convertido en una
organización de referencia mundial. Muchas de las organizaciones que nos
escriben, que nos consultan, que miran hacia nosotros, se quedarían asombradas
si vieran con qué medios humanos y materiales contamos y lo que hemos sido
capaces de hacer con esos
medios, pero también quizá se quedarían asombrados si vieran cuánta capacidad
de trabajo, cuánta ilusión, cuanto empeño, cuántas horas y cuántos sacrificios
personales y profesionales hemos hecho en estos años para sacar estos proyectos
adelante. Siempre que se me pregunta cómo es posible que en España se haya
aprobado una ley revolucionaria en muchos sentidos como lo es la de matrimonio, contesto que la
verdadera revolución, y lo es de calado, no es que se haya aprobado la ley,
sino que se haya aprobado en medio de un mayoritario apoyo social. Que en 30
años de lucha hayamos transformado la manera de ser y de pensar de una sociedad
que a principios de los 80 nos consideraba enfermos o degenerados y que ahora sabe que somos
ciudadanos y ciudadanas que merecen disfrutar la plenitud de sus derechos:
plenos derechos, plena dignidad; esa es la gran revolución ética que se ha
producido en este país y que nosotros hemos impulsado decididamente.
Y después de todo esto ¿qué? Esta es la pregunta que nos
hacen repetidamente los medios de comunicación, los políticos, los miembros de
otras organizaciones y que inevitablemente tenemos que hacernos nosotros
mismos. Después de esto seguir trabajando, obviamente; porque el objetivo de
nuestra organización nunca fue el matrimonio, así formulado, ni la ley de identidad de género; eso son pasos
imprescindibles, pero el objetivo final siempre fue más ambicioso: acabar con
la homofobia, transfobia, bifobia, con lo que nosotros llamamos LGTB fobia. Que
ésta desaparezca de la faz de la tierra y para siempre. Que finalmente nadie
entienda cómo fue posible que alguna vez se nos odiara tanto, se nos temiera
tanto, se nos maltratara tanto, se nos provocara tanto sufrimiento. Que no se
olvide, pero que se viva como un avance civilizatorio que ya no es ni puede
volver a ser así. Ese es y ha sido en todo
momento nuestro objetivo final y, aunque hemos dado pasos, estamos lejos de
conseguirlo.
Si el anterior Congreso abría la puerta a un periodo de ilusión en el que
íbamos a recibir los frutos de nuestro trabajo, éste congreso debe abrir la
puerta a un proceso de reflexión y de cambio. Reflexión y replanteamiento de
nuestra situación y de nuestro lugar en el mundo. En este momento es necesario
más que nunca hacernos plenamente conscientes de que de que por muy bien que
nos vaya aquí, si una sola persona muere o sufre en cualquier lugar del mundo a
causa de su orientación sexual o de su identidad de género, todos y todas estaremos
amenazados. Mientras la diferencia signifique desigualdad, aquí o allá, en la
práctica o simplemente en la imaginación de alguien, todos y todas estaremos amenazados. Mientras la diversidad no sea entendida como lo que es,
como algo específicamente humano, que nos define y nos enriquece, mientras esto
no sea visto así, estaremos en peligro. Nos importa, y cada vez tiene que
importarnos más lo que ocurre fuera, pero sin olvidar que las cosas no son
fáciles tampoco aquí. Estamos viendo todavía como cualquier intento de educar
contra la homofobia, cualquier referencia en la educación valorativa o
simplemente protectora, de la diversidad, por ejemplo de la diversidad
familiar, genera la puesta en marcha de campañas de odio ante las que los
poderes públicos continúan dejándonos en situación de indefensión.
De esta manera comprobamos cómo frente a un cambio legal y a
un cambio en las costumbres y en la cotidianidad, el cambio cultural se está
resistiendo y ese cambio es necesario. Dijimos que no había igualdad sin
completa igualdad legal “las mismas leyes con los mismos nombres”, y ahora
decimos que no habrá igualdad sin completa legitimidad cultural. Y esa
legitimidad no está en absoluto ganada y es evidente además que un cambio de
estas características requerirá un trabajo de muchos años. Los cambios legales
son relativamente fáciles en comparación con los cambios culturales. Y eso si
no se tuercen las cosas. Cuando el cambio cultural no se ha producido todo el
proceso es aun reversible. También de esto tenemos ejemplos en la historia y
algunos ejemplos están muy cerca de nosotros, geográficamente y en el tiempo.
De momentos dulces que se han convertido en los momentos más amargos cuando,
por razones coyunturales, se han producido retrocesos o incluso se han vivido
momentos en los que se ha revertido la situación. No hay que irse a la Alemania
nazi, ni al actual Afganistán, ahí están Polonia, Rusia o la Rumanía de ahora
mismo para recordarnos que el odio puede meterse mañana mismo en nuestras
casas.
Definitivamente, no estamos en esta lucha solamente para vivir sin que se nos
persiga, estamos aquí porque estamos convencidos de que nuestra aportación es
valiosa y puede contribuir a construir una sociedad mejor, más justa, más libre
y, en definitiva, más feliz. El otro día me encontré con una frase que me llamó
la atención. Estaba en el manifiesto que leímos en 1998 en la Puerta del Sol al término de nuestra
manifestación. “Nuestra sexualidad no necesita más justificación que el placer
que nos produce”; parece que han pasado siglos pero hoy y desde aquí me
gustaría volverme hacia esa frase y pensar que encierra en sí misma una
declaración de vida, de principios éticos, que es revolucionaria en sí misma y que sigue teniendo vigencia frente a todos
–y son muchos- los que entienden la vida como un camino en el que el placer, el
bienestar, la felicidad, la libertad son, cuanto menos, sospechosos. Nuestro discurso no puede ser meramente reactivo, no puede ser el reverso
estricto de un discurso de opresión. Lo cierto es que al articularse desde los
márgenes, como otros muchos, nuestro discurso tiene la posibilidad de inventar
nuevos códigos, nuevas formas de organizar el placer, las relaciones sociales y
familiares, el amor, la amistad,
las relaciones intergeneracionales… formas que estamos en
disposición de proponer al resto de la sociedad. Porque lo que hemos debatido con el matrimonio, con la ley de Identidad, con la
defensa a ultranza de una educación laica y enfocada a potenciar valores de
ciudadanía democrática es, por supuesto, una manera entera de concebir el mundo
y a nosotros mismos. Y esa es la razón de que contáramos con el apoyo
mayoritario de la población, que la ciudadanía entendió que el fondo de la cuestión no es otro que un debate
profundo sobre valores y modelos de ciudadanía y de autonomía personal, un
debate que está hoy vigente en todo el mundo. Porque el mundo ha cambiado mucho
en los últimos años y no podemos seguir interpretándolo de la misma manera. Las
opresiones clásicas siguen siendo opresiones, pero en este tiempo algunos, y
sobre todo algunas, hemos aprendido también que los oprimidos pueden ser opresores. Muchos son ciegos todavía a comprender que la
opresión no proviene sólo de una determinada lógica que crea ricos y pobres,
que crea explotadores y explotados, sino que hay otras opresiones, exactamente
igual de injustas y que hay que combatir con la misma convicción; otras
opresiones que interactúan con las económicas para mantener un determinado orden social, pero que pueden
funcionar separadamente. La solidaridad y el compromiso que caracterizan a
veces las prácticas políticas tradicionales pueden llegar a ignorar por
completo una realidad de opresión y discriminación que nos afecta a muchos más
de cerca. Todavía a veces nos encontramos con que se tacha de insolidaria
cualquier tentativa de ampliar el espectro de las formas de opresión. Se nos
sigue situando a veces a las personas LGTB en una especie de extranjería
universal. Se nos sigue viendo como la quintaesencia de lo extranjero, de lo
ajeno, de lo que públicamente no se puede considerar como propio y por lo tanto
no concierne, ni compete, ni preocupa a nadie más que a nosotros mismos. A
veces se sigue considerando la sexualidad como una cuestión privada y se sigue
negando su profunda dimensión pública. Por eso queremos decir que hay una
construcción social e ideológica del cuerpo de cuyo control se han encargado y
se encargan con eficiencia las jerarquías religiosas y que también genera
opresión, explotación, miseria, desigualdad, infelicidad en suma.
Como mujer, lesbiana, y persona con una discapacidad se muy
bien hasta qué punto la opresión puede materializarse sobre el cuerpo y hasta
qué punto a veces esta opresión pasa desapercibida. La liberación de nuestros
cuerpos y de nuestros deseos no es una cuestión individualista, egoísta,
liberal o pequeñoburguesa, es una lucha de largo alcance y de gran aliento en la que estamos creando las condiciones de libertad
para muchos, para todos y todas en realidad. En el fondo es volver a repensar
la libertad desde lo más material que hay, desde el propio cuerpo. Por tanto se
impone una reflexión sobre cuerpo y sus placeres, el cuerpo y la felicidad, el
cuerpo y la salud, el cuerpo y la libertad, sabiendo que ahí se está librando
en todo el mundo una de las batallas más importantes. Y no es exagerado decir
que en esa batalla nos va la vida, porque nos va la vida que queremos vivir.
Libertad y autonomía para gozar, para elegir el momento y la manera de la
muerte, para abortar, para quedarse embarazada, para transformarnos según
nuestras necesidades que nadie más que nosotros y nosotras mismas puede
valorar. El cuerpo, en definitiva, siempre el cuerpo como el principio de todo.
Si los cuerpos no son libres, no hay sociedades libres. No hay libertad si no
hay libertad para el deseo, si el cuerpo es una cárcel, no hay libertad si el
mundo se sigue pensando en clave de los que no tienen problemas para subir
cualquiera de las escaleras que a muchos y muchas nos encierran. Y enfrente, no
nos engañemos, tenemos una alianza poderosa, una Alianza contravilizatoria. La
venimos sufriendo hace mucho y es la que se ha formado para, superando
cualquier diferencia cultural oprimir a las mujeres, controlar sus cuerpos y su sexualidad, reprimir cualquier disidencia sexual, luchar contra el conocimiento
y contra la ciencia. Es la contraalianza que, que casualidad, hace que EE.UU e
Irán voten juntos para negar en la ONU fondos que extiendan programas de
control de natalidad que impida que las mujeres mueran por miles o que sean
dueñas de sí mismas, es la que
hace que El Vaticano se alíe con Arabia Saudí para que la libertad sexual no
pueda ni nombrarse; para impedir que se tomen medidas baratas contra el sida,
para que la gente deje de morir por millones en África.
Y a veces los partidos políticos no dan más de sí. Los
partidos no proponen modelos alternativos de sociedad, los propone la sociedad.
Construir sociedad civil, construir una sociedad crítica con el poder y
consciente de sí misma para que la democracia tenga sentido. Para hacer
democracia, para extender el conocimiento de que la ciudadanía, de que los movimientos sociales pueden de verdad cambiar las cosas y tanto como
sea necesario cambiarlas. He crecido escuchando que no se puede hacer nada
porque los gobiernos no pueden cambiar nada verdaderamente importante. Lo
cierto es que no es que los gobiernos no puedan cambiar las cosas, es que no se
sienten obligados, es que tienen otras preocupaciones, fundamentalmente volver a ganar las elecciones,
pero los gobiernos tienen un gran margen de maniobra si, como exige la lógica
democrática, se les vigila, se les castiga, se les exige y por supuesto se les
recompensa también. En España tenemos ejemplos recientes de que se puede. La
política tiene que repensarse desde los movimientos sociales, desde la
reflexión crítica y desde el análisis, creando nuevos instrumentos y nuevas
herramientas. Nuevos instrumentos que ayuden a los partidos, a la izquierda a
cambiar su discurso no para cambiar de sitio, sino en realidad para poder seguir en el mismo sitio: en la
lucha por un mundo mejor, más justo, más igualitario, más solidario, más libre,
pero de verdad y para todos y todas. Así que hay que seguir aunque para seguir
haya que cambiar. Estoy segura de que vamos a saber emprender esta nueva etapa
de nuestra lucha de la manera más adecuada; estoy segura de que vamos a
encontrar la manera de seguir siendo lo que somos, una organización de
referencia en todo el mundo en la lucha por la igualdad y la felicidad. Estoy
segura de que en este congreso vamos a hacer un buen trabajo que nos va a
asegurar un camino fructífero, porque la militancia mira siempre al futuro,
pero tiene el poder de cambiar el presente, las vidas aquí y ahora de cada uno
de nosotros y nosotras.

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