LA PROSTITUCIÓN ¿UN GIRO EN EL DEBATE?

Publicado en Feminicidio.net el 26 de febrero de 2013



España, Madrid – Hace un año que publiqué mi libro sobre la prostitución. Como he explicado en varias ocasiones, lo publiqué preocupada por lo que yo entendía necesidad de algún tipo de pacto de mínimos entre las llamadas abolicionistas y regulacionistas en aquellos asuntos en los que ambos sectores del feminismo pudieran tener en común: lucha contra la trata, o reconocimiento de derechos humanos a las mujeres que se dedican a la prostitución.


Pensaba que  la incomprensión entre las dos partes se debía a un debate mal planteado en el que siempre terminaban imponiéndose soluciones antifeministas.

Me preocupaba mucho también que por lo que yo considero argumentos erróneos del discurso abolicionista, éste no llegue a la gente con toda su potencia emancipadora, especialmente a las feministas radicales más jóvenes. Desde mi punto de vista, hay críticas fundadas que hacerle: sobre todo que al menos en su parte institucional no parece haber recogido nada de las aportaciones que a la teoría feminista ha hecho la teoría queer. Yo misma no me reconozco como una abolicionista clásica y tampoco me identifico con lo que suele presentarse como el discurso abolicionista tradicional. Así que cuando comencé a escribir el libro esperaba ser capaz de aportar una nueva manera de debatir la cuestión, que entre todas las feministas fuéramos capaces de abordar la enorme complejidad del asunto y que fuéramos capaces también de hablar de cuestiones que a veces permanecen ocultas, que fuéramos capaces de hablar de sexualidad, de poder, de desigualdad, de libertad, de dolor humano, de pobreza o de injusticia; que pudiéramos matizar algunas opiniones o de asumir que según cambia la sociedad los debates que se dan en su seno tienen que cambiar también.

Esperaba que el debate posterior a la publicación de  mi libro me ayudase a definir mejor mi propia posición puesto que yo  misma estaba llena de dudas.

Durante los cuatro años que duró el  estudio previo a la redacción del libro leí casi todo lo escrito sobre  prostitución y después de la publicación, en este año, he dado charlas,  conferencias, cursos; he escrito artículos, he participado en debates  con todo tipo de personas relacionadas con la prostitución de una manera  u otra.

Finalmente es verdad que el debate  suscitado por la publicación del libro me ha ayudado a matizar algunas  posiciones y a fijar otras, pero lo ha hecho al contrario de lo que  esperaba y, en contra de lo que escribí antes de estudiar a fondo la  cuestión, ahora pienso que el debate entre las posiciones  regulacionistas y abolicionistas sí es irreductible y me temo que lo va a  seguir siendo. No es posible acercar posiciones, ni debatir, ni  encontrar ningún terreno común porque no lo hay, pero es el sector  regulacionista  -en contra de lo que pensaba- el que se ha mostrado más  impermeable a entablar un debate sosegado y abierto a la posibilidad de  escuchar los argumentos contrarios y a reflexionar sobre ellos sin  prejuicios. Yo estoy más que dispuesta a cuestionar los míos siempre que  la discusión se produzca entre personas con las que comparto algún  planteamiento de partida o llegada.

Asumiendo de principio que estoy  generalizando y que he encontrado, por supuesto, regulacionistas  abiertas a un debate franco y abolicionistas maniqueas y rígidas, tengo  que decir que desde el lado abolicionista han surgido voces que han  discutido muchas de mis afirmaciones con dureza, pero que las han  debatido abierta y francamente; desde este lado siempre me he encontrado  con personas dispuestas a debatir todo lo relacionado con la  prostitución como parte de un proceso que no está cerrado y cuya  complejidad admiten. En cambio, por el lado regulacionista me he  encontrado con que el argumento fuerte es un discurso insultante contra  toda la que mantenga posturas contrarias. No hay matices, ni sombras, ni  duda de ningún tipo. No hay artículo o libro regulacionista que no  comience con una descalificación completa de un discurso adscrito al  abolicionismo y que ya no es mayoritario pero que intentan a toda costa  hacer pasar por tal; quizá este haya sido su mayor éxito.

Gracias a la publicación de mi libro he  tenido ocasión de conocer a muchas personas, hombres y mujeres, que  desde lo que se conoce como abolicionismo, trabajan y militan en  asociaciones que a su vez trabajan directamente con prostitutas. Lo  cierto es que el discurso y las opiniones de la inmensa mayoría de estos  grupos y de las personas que trabajan en ellos no es en absoluto  moralista, no juzgan a las prostitutas, no intentan apartarlas de la  prostitución, no creen que ésta deba prohibirse ni perseguirse y se  oponen a cualquier ordenanza, ley o reglamento que intente  criminalizarlas, como las cada vez más frecuentes ordenanzas  antiprostitución que emanan de muchos ayuntamientos. La mayoría ni  siquiera están de acuerdo tampoco en que se multe al cliente porque  piensan que eso va a redundar en una mayor vulnerabilidad de las  prostitutas. Estos grupos trabajan activamente porque estas mujeres vean  reconocidos sus derechos, uno de los cuales es prostituirse si esa es,  por las razones que sean, su elección; aunque sí, se oponen a la  regulación con argumentos razonables que todas las feministas deberíamos  ser capaces de discutir. Estos grupos o personas, además, se esfuerzan  en visibilizar, denunciar y combatir la trata. Estas personas, estas  asociaciones conocen de cerca la trata de mujeres, las condiciones en  las que estas mujeres son traídas a España o a Europa, las violaciones  de sus más básicos derechos humanos que sufren cada día, y se enfrentan a  la policía que las persigue, a los políticos que no hacen nada, a los  proxenetas, delincuentes, violadores y torturadores de estas mujeres,  sabiendo que aquí, de lo que se trata es de una cuestión de desigualdad  estructural de género, de pobreza femenina, de injusticia económica  global. Defienden a estas mujeres y sus derechos, y están convencidos de  que regular una institución destinada a reasegurar el patriarcado no  haría sino legitimar éste y, además, no redundaría en ningún beneficio  para las propias mujeres.

La imagen del abolicionismo como un sector del  feminismo moralmente conservador, que pretende criminalizar a las  prostitutas, que no habla con ellas ni las respeta, es una imagen  interesadamente sesgada y que no es cierta. Es cierto que existe  este abolicionismo que no ha cambiado su discurso en décadas y hace un  flaco favor a su causa cuando se empeña en seguir centrando el debate en  la cuestión del consentimiento, si es o no un trabajo o si la  prostitución  es siempre violencia. Esas no son las cuestiones  fundamentales, a mi entender. Pero lo cierto es que ni las asociaciones  que trabajan con prostitutas, ni muchas investigadoras o teóricas,  siguen ya por ese camino. Cualquier crítica a la prostitución tiene que  trascender los motivos personales de estas mujeres para centrarse en la  institución prostitucional, pasa por historizarla y por señalar qué  papel juega hoy en el patriarcado y el capitalismo contemporáneo, a qué  intereses sirve.

Cualquiera que haya hablado con prostitutas sabe que  la prostitución puede ser elegida entre otras opciones; que dicha  elección no siempre es producto de la violencia ni se mantiene con  violencia, y que algunas personas que se dedican a dicha actividad la  consideran su trabajo. Estas mujeres merecen respeto y el pleno disfrute  de sus derechos. Y dicho esto, ahora debemos pensar en la prostitución  como institución política. Para ello hay que politizar la sexualidad, la  construcción del deseo, la subjetividad sexual, las prácticas sexuales  hegemónicas, la sexualidad binaria y jerarquizada, la construcción  ideológica de lo que se conoce como necesidades sexuales masculinas… ;  vamos a debatir acerca de su función como institución encargada de  disciplinar el deseo y los cuerpos masculinos, vamos a estudiar las  consecuencias que tiene en la idea de la igualdad, vamos a problematizar  incluso la definición de “libertad” que estamos usando  (porque estamos  usando una definición completamente liberal de la misma); vamos a  discutir qué función juega la institución prostitucional en el  mantenimiento del orden de género; qué papel juega en la ideología  patriarcal. Vamos a historizar la prostitución y así  sabremos que en  contra de lo que se suele decir, la prostitución ha estado regulada casi siempre; que los sectores más conservadores no sólo no la han criticado, sino  que la han apoyado, mantenido y promocionado; que la prostitución es una  institución fuertemente cohesionadora del orden social establecido y  como tal ha sido siempre utilizada por el poder, que jamás ha sido una  institución cuestionadora de este orden, como pretenden hacernos creer.  Sabiendo esto vamos a debatir las consecuencias para las mujeres (para  las prostitutas y para las no prostitutas) de la regulación, vamos a  estudiar las consecuencias que ha tenido históricamente estas  regulaciones, vamos a estudiar sin prejuicios las diferentes  regulaciones que ya existen y también vamos a plantear alternativas a la  legitimación de una institución creada por el patriarcado para  contribuir a la dominación de las mujeres. Y vamos a debatir también  cómo mejorar las vidas de estas mujeres, cómo defender sus derechos,  como luchar contra el estigma.

La prostitución es una institución fundamental en el  orden de género y, como tal, afecta a todas las mujeres por lo que como  feministas es una cuestión que nos importa y nos tiene que importar.  Pero el debate, sea cual sea, tiene que hacerse con ellas, por supuesto,  con las mujeres que se dedican o que se han dedicado a esta actividad. El regulacionismo nos acusa de no escuchar a las prostitutas, lo cual  tampoco es verdad, como he tenido ocasión de comprobar en este año.  Aunque es cierto que cada sector del debate tiende a ignorar las voces  de aquellas prostitutas que no les dan la razón, lo cierto es que es una  gran parte del sector abolicionista ha ido variando y matizando su  postura inicial desde la defensa de la criminalización de la actividad  hasta las posturas actuales de no intervención legal en la propia  transacción económica (aunque sí en la cultura de la prostitución); este  cambio de postura se ha producido debido en gran medida al trabajo con  prostitutas que no quieren abandonar su actividad. El regulacionismo no  quiere escuchar a ninguna prostituta que no diga lo que quieren escuchar  y desprecia así muchas experiencias de sufrimiento. ¿Pueden hablar las  sometidas?; preguntan, ¿las subalternas? Pues al parecer sólo si éstas  dicen lo que las regulacionistas quieren oír porque si son mujeres que  manifiestan haber sido raptadas, violadas, torturadas, golpeadas y  obligadas a prostituirse contra su voluntad, entonces el regulacionismo  suele manifestar cierto desdén hacia estos testimonios; hace lo posible  por minimizarlos. Cuando las abolicionistas abandonaron la cuestión del  consentimiento y comenzaron a centrarse en la trata, entonces el  regulacionismo comenzó a denominar a los nuevos argumentos “el enfoque  trafiquista” y se embarcó en un proceso en el que es bastante  perceptible la banalización y minusvaloración de aquella. Fue muy  importante para mí conocer a activistas prostitutas fuertemente  contrarias a cualquier regulación con argumentos ofrecidos desde su  experiencia y que tampoco escucha el regulacionismo.  Así que  finalmente. ¿Hay que dar la voz a las prostitutas? Obviamente sí, pero a todas.

Deberíamos debatir también sobre el papel que juega la mega industria de la prostitución en el capitalismo global; sobre qué significa que la mercantilización de todo haya llegado plenamente al cuerpo: no sólo sexo, sino también semen, sangre, órganos, úteros… ¿Podemos hablar sobre eso o todo en esta mercantilización es, sin más discusión, un magnífico avance de la libertad y de los derechos humanos? ¿Hay que aceptar que todo es susceptible de ser convertido en mercancía sin poner ningún límite? ¿Por qué es un avance que el cuerpo sea mercancía? Se nos dice, al más puro estilo liberal, que las mujeres deben poder beneficiarse de la consideración de sus cuerpos como un bien en el mercado de trabajo. No sólo estamos de acuerdo en que es algo que las mujeres pueden vender, sino que el problema es que, muy a menudo, es lo único que pueden vender y, a menudo también, lo que se ven obligadas a vender. No entiendo cómo puede cuestionar el orden social lo que ha sido creado por este mismo orden para asegurarse y afirmarse y no veo que sea progresista defender como un derecho lo que, en realidad, es una obligación patriarcal ya que ha sido el patriarcado el que ha condenado históricamente a las mujeres a no disponer más que de su propio cuerpo para venderlo en el mercado de trabajo o bien para enajenarlo en el matrimonio, únicas manera de supervivencia para las mujeres hasta prácticamente el XIX.

En las últimas décadas la prostitución ha cambiado de comercio particular a industria global. Mi convicción es que hoy es una institución muy distinta a la que era hace 50, 100 o 500 años porque es una institución con un gran poder de adaptación. Creo que hoy se configura como un ámbito de resistencia patriarcal a los avances del feminismo. La prostitución es necesaria cuando hoy el feminismo está cercando ciertos aspectos, al menos los más evidentes, de la masculinidad tradicional y patriarcal, y a ésta sólo le queda este espacio como refugio en el que poder desarrollar su irrenunciable performance de las relaciones de género jerarquizadas; en el que poder reforzar una masculinidad que ya no es fácil encarnar en otros ámbitos sociales, familiares o políticos. Por eso, para el patriarcado, la prostitución es hoy más necesaria que nunca y por eso no es posible pensar/hablar/debatir sobre ella sin plantearse a quién sirve, para qué es funcional, para qué se creó, quién está interesado en mantenerla, que desafía realmente y qué mantiene, cómo se construye, etc. Y esto no desdice ni contradice el derecho de cada una a hacer lo que quiera, a intentar huir de la pobreza como pueda, a ganarse la vida como quiera o pueda. La crítica a las instituciones sociales o políticas no es incompatible con respetar la libertad personal; el trabajo para el cambio social no pasa por reprimir, ni vulnerabilizar a personas vulnerables. De todo eso es de lo que yo quería hablar. Y eso es lo que quería hacer con mi libro y lo que he podido hacer sólo en parte.



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