Publicado en El Plural el 9 de diciembre de 2011
Cada vez aparecen más artículos positivos acerca de la transexualidad, lo cual está muy bien. Pero me preocupa mucho lo que en estos artículos, incluso científicos, comienza a considerarse signos inequívocos de transexualidad. En algunos de estos artículos sobre personas transexuales leo que estaba claro que estas personas lo eran porque, literalmente: rechazaban vestirse de rosa, les gustaban los juegos masculinos, se identificaban con los niños más que con las niñas. En el caso de la transexualidad femenina, lo contrario: gusto por vestirse con ropas de la madre, afición a maquillarse o a jugar con muñecas. Todas estas características suelen aparecer detalladas y las madres cuentan y no acaban del rechazo que la hija manifestaba por un vestido rosa con lazos que ella le compró con mucha ilusión o del niño al que sorprendió probándose sus joyas. Los profesores dan también su opinión: la niña era violenta en los recreos y quería jugar al fútbol, mientras que el niño permanecía en un rincón y buscaba la compañía de las niñas.
Si por esto fuera yo hubiera sido considerada trans masculino desde mi más tierna infancia en la que siempre me identifiqué más con los niños que con las niñas, nunca tuve amigas sino amigos, no hubo manera de ponerme falda y manifesté repetidamente que quería ser niño. Soñé varias veces que tenía un pene, deseé que me creciera y quería llamarme Jorge, como la de «Los cinco». En realidad yo no era un niño trans sino una pequeña lesbiana butch que después se transformó en una adolescente heterosexual muy femenina, que luego fue una lesbiana más bien andrógina y que ahora va y viene.
Mi hijo, por su parte, siempre manifestó un interés muy poco masculino por la ropa femenina y dado que en mí armario no había una sola falda tenía que robárselas a mi hermana. A mi no me pareció ni bien ni mal, ni le presioné ni le dije que eso era de niñas, ni se lo dije cuando se empeñó en coser su propia ropa ni cuando pidió una Barbie enfermera por Reyes. No es transexual, por cierto, es gay. Era un niño gay y hoy es un adulto gay. Podría haber sido hetero por supuesto, y también podría haber sido muy masculino, jugar al fútbol, pegarse en los recreos y seguir siendo gay.
Hace unos años rechazar el rosa y combatir el sexismo en los juguetes y en los juegos, permitir o incluso alentar las violaciones a los estrictos códigos de género, era signo de feminismo, se fuera trans o no. Ahora hemos llegado a un punto en el que las manifestaciones externas del género se han radicalizado de tal manera, se han hecho tan inflexibles y tan indiscutidas que hay «expertos» que «diagnostican» que una persona es transexual porque rechaza el rosa y se identifica con niños del sexo contrario al suyo.
Se me dirá que no es tan sencillo y que ser transexual es mucho más que eso; desde luego lo sé. Las personas transexuales lo saben, pero la mayoría de la gente no; ni lo saben los padres y madres de niños gays y lesbianas, ni lo saben tampoco muchos niños gays y lesbianas. Y desde luego, quienes no parecen saberlo en absoluto son todos esos expertos que se nos han echado encima para reforzar los estereotipos de género a veces utilizando como excusa la transexualidad. La transexualidad no es una enfermedad, el rechazo del género asignado tampoco y no hay que intervenir de ninguna manera, a no ser apoyando a la niña o niño en todo lo que sean sus decisiones respecto a sí mismo/a y a su identidad.
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